martes, 16 de abril de 2013

El sueño de Ramón

Ramón quería ser actor. Desde pequeño fue su sueño. Cuando veía las películas se emocionaba, imaginando cuando fuera él quien saliera en pantalla. Siempre supo que ese era su sueño porque lo sentía, incluso cuando era muy pequeño para darle sentido a esa intensa y extraña sensación.
Aunque el sueño de ser actor era muy fuerte, jamás se lo había comentado a su familia.

No lo había hecho por miedo, por temor a las reacciones. Su padre siempre quiso que fuera ingeniero, como él. Se lo decía siempre. El deseo de su madre era que estudiara alguna carrera universitaria, la que quisiera, pero que estudiara. Quería verlo con toga y birrete. El pequeño Ramón escuchaba a sus padres pero jamás le emocionó la idea de tener un trabajo convencional, dentro de una oficina, con aire acondicionado, horario establecido, y con un salario todos los 15 y 30 del mes.

Ramón se imaginaba más libre. Dueño de su tiempo y que cuando tuviera algún compromiso, fuera para hacer lo que amaba: actuar. Amaba la libertad. Era apenas un niño de 10 años, pero ya intuía cómo quería llevar su vida. A los 12 años Ramón reunió valor y le dijo a su madre que quería entrar a una escuela de actuación. La madre –sorprendida- le comentó a su esposo, quien se alarmó con la noticia y de inmediato fue a hablar con su hijo.

Le dijo: “Ramón ¿Cómo es eso que quieres ser actor? ¡De dónde salió esa locura!”
Ramón sabía que su madre le iba a comentar a papá. Estaba preparado, o eso creía. La seriedad en el rostro de su padre lo atemorizó y no le respondió con sinceridad.
“Solo quería hacer algo distinto. Solo eso. No tienen que ser clases de actuación, puede ser otra cosa”.

Su padre se calmó un poco ante la respuesta y le soltó. “Si de eso se trata, entonces vamos a inscribirte en un deporte. Fútbol, beisbol, básquet. Elige tú”.
Se acabó la conversación. El padre se fue y Ramón respiró. Pero el pequeño no se sentía bien. Esperar tanto tiempo para reunir el valor y después echar todo abajo, por falta de coraje, pensó. Se sintió mal esa noche pero no hizo nada y el tiempo pasó. No practicó ningún deporte y tampoco se inscribió en la academia de actuación.

Cada cuanto su padre, para despejar cualquier duda en la mente del muchacho, le hablaba mal de los actores y de todo el mundo artístico. Que eran drogadictos, que el trabajo no era estable, que muchos actores terminaban manejando un taxi por falta de empleo, que eran homosexuales, que muy pocos tienen éxito.

Ramón sabía que eso no era cierto. Que como en todo trabajo algunas personas tenían más éxito que otras, pero eso dependía del empeño de cada quien.

Pero por miedo a la reacción de su padre y de su madre, jamás volvió a tocar el tema de la actuación. Ramón creció con esa frustración, pero con la esperanza de que algún día sería actor.
Estudió el bachillerato y llegó el tiempo de ir a la universidad. No le disgustaba estudiar, pues era un joven curioso. Pero no le quitaba el sueño sacar una carrera. Él solo quería tener un libreto en la mano y escuchar esa palabra mágica: ¡acción! No quería pensar tanto. Prefería sentir. Sabía que el secreto estaba en seguir al corazón.

Pero no hizo nada al respecto y comenzó a estudiar Ingeniería Civil. Aunque no olvidaba su sueño de ser actor, comenzó a pensar que era demasiado tarde para empezar. Además, escuchar tantos discursos de su padre en contra del mundo artístico había golpeado la ilusión del niño, habían adormecido el sueño. Él lo permitió, sin darse cuenta.

Pasaron los años y Ramón nunca se atrevió a seguir el sueño. Se convirtió en todo un ingeniero. Un señor ingeniero. Ganó mucho dinero, viajó por el mundo, y en cada ciudad que visitaba asistía al cine o al teatro.

“No era para mí. No debía ser actor”, se intentaba consolar a diario, en medio de una profunda tristeza.


Ramón envejeció. Tenía 87 años cuando le tocó despedirse, enfermo, rodeado de su numerosa familia. Los reunió a todos: sus tres hijos, esposa, su hermana menor, nietros, primos y amigos. “Les voy a confesar algo. Quiero decirlo antes de irme. Toda mi vida tuve un sueño, un sueño que nunca cumplí. Desde niño quise ser actor, pero jamás me atreví. No me atreví por miedo, por miedo a lo que pensaran los demás. Hoy ese miedo se fue, ese miedo con el que viví cada día, al fin me abandonó. Pero ya no tiene sentido. Mi tiempo pasó. No hagan ustedes lo mismo. Sigan a su sueño, atrévanse. Tienen la posibilidad de ser felices o no. De ustedes depende”.
 
 
 
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Esta historia es simple, común, tal y como ocurre por millones en el mundo y desde siempre.
 
 

Ramón eres tú, soy yo, es cualquiera. Todos tenemos sueños, que generalmente lo intuimos en la infancia, esa etapa inocente donde trabaja más el corazón que la razón. Ese sueño es una pista de la misión que vienes a cumplir en esta vida, por algo Dios la pone en tu corazón. Pero llevarla a cabo depende de ti, solamente. Puedes hacer como Ramón, que se privó por los demás y llevó una vida infeliz, que no es vida. O puedes atreverte, tomar tu vida por los cachos con valentía y cumplir tu sueño. 
 
El miedo es tu peor enemigo. Por el temor el mundo se privó de un gran actor y Ramón cargó con una terrible frustración hasta el día de su muerte ¿Tiene sentido eso? ¿Existe alguna razón válida para no asumir el riesgo? No. La vida es aquí y ahora. El camino lo decides tú. Nadie más. Los chinos decían: la vida es hambre o festín, tú eliges. Anímate a seguir tu sueño, a vivir como siempre lo quisiste.

Esa emoción que sientes en el pecho cuando piensas en tu sueño, es la confirmación de que hay un camino maravilloso que te está esperando. Sal a la cancha a jugar tu partido, no te quedes en la tribuna. No vivas la vida de los demás. Vive la tuya. Qué importa lo que piensen los demás!!

Son solo palabras, no tienen ningún peso en ti. Tu alma es sabia y sabe lo que quieres. No pienses mucho. Solo siéntelo..Tú sabes lo que quieres, lo que te hace feliz. El miedo no existe, lo crea nuestra mente, que está cargada de mucha basura. Solo debes botar la basura y reeducarte con la buena información.

Tendrás la vida que quieras, la que sueñas, siempre y cuando te atrevas. Si sigues a tu sueño, lo tomas y no lo sueltas, el éxito está garantizado. No existe el fracaso para quien sigue a su sueño y lucha por él. Recuerda que nunca te arrepentirás de lo que hiciste, pero siempre te lamentarás por lo que dejaste de hacer. Esto no es habladera de paja. Es la vida misma, real. Yo me atreví a dejar mi trabajo de oficina por seguir a mi sueño. Dejé la comodidad, el salario de 15 y último. Y no me iba a mal.

De hecho me iba bien. Pero no era feliz. Antes de hacerlo, antes de irme, sentí miedo, como cualquiera. Pero el problema no es sentir miedo, porque somos seres humanos y es normal, la clave es si lo afrontas o te dejas vencer. Crees que el miedo es un monstruo enorme y resulta que no existe, es una invención de tu mal educado cerebro. Pero ese cerebro lo controlar tú. Vamos!! Toma el control de tu vida. Atrévete! Pero hazlo pronto, recuerda que quien no se atreve a vivir como piensa, termina pensado como vive.

El mundo te está esperando. La vida es para los valientes y quienes no se atreven, pagan para ver a los valientes. Quedarte en la tribuna o saltar a la cancha. Vivir o morir en vida, como lo hizo Ramón. La felicidad no está en el dinero, está en seguir a tu sueño, en cumplir con la misión para la que estás aquí. En cumplir tu propósito en este mundo. No te defraudes a ti mismo. Cuando te atreves, te liberas y eres feliz. Y cuando estás en la felicidad de tu camino, incluso llegas a contagiar a los demás. Deja de poner excusas. Sigue a tu corazón antes de que intervenga la cabeza, decía Facundo Cabral. Sigue a tu sueño, ahí está la felicidad. A partir de ahora decide hacerle frente al miedo y concéntrate en tu nueva vida.

Yo te estoy esperando, el mundo también. No prives al mundo de un gran actor, no prives al mundo de un hombre feliz. Aprovecha este momento para tomar la decisión y comenzar de nuevo. Ahora mismo. No pierdas un segundo. Decide ahora mismo ser feliz, porque la felicidad es una decisión.

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