martes, 14 de octubre de 2014

La luz de Hermann Hesse

Fragmento del libro Demian.  Hermann Hesse

“... Y en este punto me abrasó de repente como una aguda llama la revelación definitiva: todo hombre tenía una ‘misión'; pero ninguno podía elegir la suya, delimitarla y administrarla a su capricho. Era equivocado querer nuevos dioses, era completamente equivocado querer dar algo al mundo. Para el hombre despierto no había más que un deber: buscarse a sí mismo, afirmarse en sí mismo y tantear, hacia adelante siempre, su propio camino, sin cuidarse del fin al que pueda conducirle. Este descubrimiento me conmovió hondamente, y tal fue para mí el fruto de todo este suceso. Muchas veces había jugado con imágenes del futuro y había ensoñado los destinos que me estaban reservados, como poeta quizás o quizá como profeta, como pintor o como quién sabe qué. y todo esto era equivocado. Yo no existía para hacer versos, para predicar o para pintar. Ni yo ni ningún otro hombre existíamos para eso. Todo ello era secundario. El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar hasta sí mismo. Luego podía terminar en poeta o en loco, en profeta o criminal. Eso no era cosa suya, y, además, en último término, carecía de todo alcance. Su misión era encontrar su destino propio, no uno cualquiera, y vivirlo por entero, hasta el final. Toda otra cosa era quedarse a mitad de camino, era retroceder a refugiarse en el ideal de la colectividad, era adaptación y miedo a la propia individualidad interior. Esta nueva imagen se alzó ya claramente ante mí, terrible y sagrada, mil veces vislumbrada, quizá ya expresada alguna vez; pero sólo ahora vivida. Yo era un impulso  de la Naturaleza, un impulso hacia lo incierto, quizás hacia lo nuevo, quizás hacia nada, y mi oficio era tan sólo dejar actuar este impulso, nacido en las profundidades primordiales, sentir en mí su voluntad y hacerlo mío por entero. Esto, y sólo esto, era mi oficio”.

Leí este fragmento del libro y tuve que releerlo varias veces. Hermosas líneas dentro de un libro brillante. Entonces quizás ese sea el objetivo de este viaje: buscarse y encontrarse a uno mismo. Me encanta esa idea.

También me hizo reflexionar sobre lo cobarde que solemos ser, al eludir nuestro verdadero camino, ese que nos dicta el corazón, el instinto. Solemos evitarlo por muchas razones. Quizás porque debemos tomar decisiones radicales que cambiarán nuestra vida y afectarán a otras personas. Otras veces para complacer a los demás. Por miedo al qué dirán. 

Pero la valentía siempre es el camino correcto. Debemos ser sinceros con nosotros mismos o  nuestra conciencia siempre lo recordará. Lo que no has hecho no te dejará en paz hasta que lo hagas. La vida es muy corta como para manejar con el pie en el freno. Deja que lo que se vaya, se vaya para siempre y enfréntate al peligro. 

Aquí otro fragmento notable de Demian:

“... Había amado, y amando se había encontrado a sí mismo. Pero la mayoría de los hombres aman para perderse en su amor”.


Alguien dijo alguna vez que el amor es una cadena. Aunque sea de oro es una cadena. Porque el amor crea dependencia, te obliga a negociar las decisiones, te hace ir a sitios que no deseas y cumplir con obligaciones que no son tuyas. Es decir, te impide la libertad plena. Y qué sentido tiene la vida sin la libertad absoluta.

sábado, 11 de octubre de 2014

El otro asesino de Roxana

Fui al cine a ver la película El Psiquiatra, que trata sobre el famoso caso de la joven Roxana Vargas, asesinada por Edmundo Chirinos. Conocí a Roxana en el 2005, cuando juntos comenzamos a estudiar Comunicación Social en la Universidad Católica Santa Rosa.

Nunca fuimos amigos cercanos, pero teníamos muy buena relación como compañeros de clase. Roxana no le caía mal a nadie. Era una gordita bien simpática, algo tímida y muy amable.

La primera vez que supe de sus problemas de autoestima, fue cuando atentó contra su vida cortándose las venas. Han  pasado varios años y la memoria es un poco vaga, pero recuerdo que al notar su ausencia algunos días en la universidad, pregunté por ella a una amiga en común y me contó sobre el incidente. Lo lamenté junto a mis compañeros. Sus amigas más cercanas nos pidieron discreción sobre el tema, así que cuando Roxana volvió hicimos como si nada.

Meses después, esa misma amiga en común me contó a modo de chisme que Roxana tenía una relación amorosa con “un viejo de 60 años”. Recuerdo que me sorprendió, me dio algo de risa y le respondí: “Si quiere al viejo, ¿cuál es el peo?”. Entonces añadió que era su psiquiatra y tal. Me dijo que el viejo se estaba aprovechando de la vulnerabilidad de Roxana.

Pasaron un par de meses y me dijeron que Roxana tenía dos días desaparecida, que la mamá estaba en la universidad buscando testimonios entre los amigos de su hija. Vi a la señora con cara de preocupación, lo lamenté pero no recuerdo haber pensado lo peor.

Esa misma noche o al día siguiente, no recuerdo bien, me avisaron que Roxana había aparecido muerta, asesinada.

Entonces comenzó el alboroto mediático que toda Venezuela conoce.

Al ver la película y recordar esta lamentable historia, pienso en muchas cosas. Pienso en lo duro que debe resultar para la familia de Roxana la explotación mediática del caso, que impide a la herida sanar, si es que una herida de esa magnitud puede sanar alguna vez. Pienso en la madre, que ha debido soportar libros, programas de tv, documentales, y ahora una obra de teatro y una película. Su íntimo y profundo dolor de madre desconsolada,  para el resto de nosotros no es más que una espectacular historia repleta de morbo.

Pienso en el culpable, en Edmundo Chirinos y su sadismo camuflajeado por una cortina de elevado status y reputación.  

Pero también pienso en el otro culpable, en nosotros, la sociedad. Esa que muestra modelos increíblemente delgadas como paradigmas de la mujer perfecta y que tanto afectaron a Roxana. Esta sociedad que envenena con las revistas de moda, los programas de farándula, con estúpidos y banales realista shows, y con los concursos de belleza, en los que se premia ser bella, como si eso tuviese algún mérito o alguien hubiese hecho algo por merecer algún reconocimiento, más allá de ir al gimnasio o pasar por el bisturí.

Esta sociedad que acompleja a las mujeres y las lleva a pagar el dinero que no tienen por hacerse las tetas. Esta sociedad frívola, en la que un hombre es juzgado por el auto que conduce. Donde un cantante de pop tiene más difusión que un hombre de pensamiento profundo. La sociedad de la telenovela, que jamás incita a la lectura. Esta sociedad en la que todas las mujeres sueñan con casarse vestidas de blanco, aunque no sepan bien por qué. Lo desean porque así es la tradición, porque así lo han visto, porque todas hacen lo mismo y así debe ser. Porque la abuela, la tía y la mamá esperan que la niña se case de blanco, y que en la fiesta no falte un enorme y ostentoso pastel, junto a un suculento y muy variado banquete. Tampoco puede faltar la banda musical tocando el mismo merengue de todas las bodas. Es el libreto que impone la sociedad y que, como borregos, sigue la mayoría.  

En esta sociedad todos sabemos que Angelina Joliet y Brad Pitt tienen un hijo marciano y otro congolés, pero desconocemos si nuestros hijos están siendo acosados en la escuela, si tienen novia o si entienden de Matemáticas.

Esa fue la sociedad que envenenó a Roxana.

A esa muchacha le faltó trabajo psicológico. Que le hicieran entender que no hace falta ser delgada para ser bonita. Que contaba con un cerebro poderosísimo, que ha sido capaz de curar el cáncer y llevar al hombre a la luna.  Que la felicidad es una adquisición, no algo que te llegará de afuera. Que nada importa encajar en esta pobre sociedad, sino seguir tu verdadero camino. Informaciones de este tipo le faltó recibir a Roxana.

El culpable es Chirinos y somos nosotros también. La madre de Roxana repite en cada entrevista que la misión de Roxana era desenmascarar a Chirinos. Pues entonces nosotros podemos asignarnos una misión: desenmascarar a esta sociedad. Convivir con ella pero sin formar parte. Haciéndole frente con un mejor mensaje, expresando nuestras ideas ante amigos y conocidos. De tantas semillas que arrojemos, alguna germinará.